jueves, 30 de abril de 2009

La antítesis del periodismo.

Anibal Chacón Nuñez.

En este artículo se puede confirmar el dicho popular de que el periodismo puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios. Y lo que resulta más paradójico, es que se trate de un descendiente de uno de los más ilustres hombres que ha dado el pueblo peruano, me refiero a José Carlos Mariátegui.
En este caso su nieto, el señor Aldo Mariátegui es una verguenza para su familia y para los que defienden el socialismo como doctrina política; ya que destila veneno para todo lo que sea de izquierda y que defienda los intereses de las mayorías segregadas por la sociedad hipócrita en la que vivimos.

Reflexiones Peruanas Nº 249

HILARIA SUPA Y ALDO MARIÁTEGUI

Wilfredo Ardito Vega

A comienzos de abril, invitado por la Congresista Hilaria Supa, estuve en el Cusco para hablar en un conversatorio sobre el Proyecto de Ley 2016 que ella ha presentado. Ese proyecto establece que no se podrá realizar actividades mineras o petroleras en tierras comunales si los campesinos y nativos no han dado su aprobación.

Naturalmente, este tipo de iniciativas convierten a la congresista Supa en un personaje incómodo para determinados sectores y yo creo que fue la razón por la cual el jueves pasado Aldo Mariátegui intentó desprestigiarla, mostrándola como una persona incompetente debido a las faltas ortográficas descubiertas en sus apuntes.

Seguramente Mariátegui supuso que este “destape” iba a generar mucho rechazo hacia la Congresista. En realidad, es él quien ha recibido el rechazo mayoritario de muchos peruanos, que ya se sentían indignados con sus ofensivas columnas donde un día se denigra a Ernesto De La Jara, otro a Magaly Solier y un tercero a Salomón Lerner. Mariátegui además ha insistido en mantener en el diario Correo al columnista Andrés Bedoya Ugarteche, personaje tan abiertamente racista que sostiene que bolivianos y puneños no son seres humanos.

En este caso, además, Mariátegui se burlaba de los apuntes personales de Hilaria Supa, sin tomar en cuenta que el castellano es su segunda lengua, que ella sólo pudo aprender a leer y escribir cuando ya era adulta y que una severa artritis le impide escribir con fluidez.

Lamentablemente, Mariátegui no es el único que hace escarnio de los millones de peruanos cuya lengua materna no es el castellano: muchos escolares y universitarios de origen andino que hablan con acento quechua son ridiculizados y tildados de “motosos” por sus compañeros y profesores. Sin embargo, si éstos oyeran a un francés o un alemán hablar con dificultad el castellano probablemente dirían “¡Qué bien se le entiende!”.

Mariátegui ahora sostiene que tenía la sana intención de promover que se exija título universitario a los congresistas. En realidad, ni es un requisito que la Constitución contemple, ni una trayectoria académica garantiza mejores consecuencias para el país, como podemos apreciar desde Fujimori hasta Martha Hildebrandt.

Aldo Mariátegui podría recordar que su insigne abuelo, José Carlos jamás fue a la Universidad, pero es evidente que no lo tiene como modelo ni como ejemplo. Toda comparación entre la revista Amauta y el diario Correo resulta penosa.

Al pretender excluir a los campesinos del Congreso, Mariátegui los ubica como ciudadanos de segunda categoría. Su argumentación, sin embargo, coincide con la actitud de quienes han convertido su formación profesional, en una causal para discriminar a sus compatriotas que tuvieron menos oportunidades. Personalmente, me molesta mucho cuando los títulos académicos se esgrimen con altivez, como si fueran títulos nobiliarios.

Un título no convierte a nadie en más sensible, más comprometido o más lúcido. Recuerdo bien que esto lo aprendí en 1986, en una parroquia de Carabayllo. Una noche, apoyaba un taller sobre derechos humanos y encontré que los jóvenes asistentes sabían mucho más de la realidad del Perú, del conflicto armado o de las políticas de Alan García que la mayoría de mis compañeros de la Universidad.

Desde entonces, con centenares de campesinos o nativos amazónicos, con Jueces de Paz o ronderos, he sentido que en las actividades de capacitación era yo quien realmente aprendía de personas que, sin mayor educación formal, tenían análisis mucho más profundos, porque partían de experiencias concretas. Hace poco, en un curso para jóvenes del Cono Este, le pregunté al participante que hacía las intervenciones precisas qué estudiaba.

-Nada. Vendo lapiceros en los micros –me contestó.

En todo caso, si la formación profesional es un privilegio en nuestro país, quien la ha obtenido tendría la responsabilidad de poner sus conocimientos al servicio de los demás.

En medio de este penoso incidente, ha sido muy positivo que el Congreso de la República haya condenado la conducta de Mariátegui, pero para que estos hechos no se repitan, sería necesario mejorar el tratamiento penal sobre la discriminación, incorporando el concepto de injuria racista o crímenes de odio. En el Ecuador, desde hace unas semanas, se sanciona con prisión a quienes por algún medio de comunicación inciten al odio o desprecio hacia una persona por su color, origen u otros factores. El Perú no podrá avanzar hacia una sociedad inclusiva mientras las agresiones racistas continúen con total impunidad.

Cuando uno conoce a Hilaria Supa, queda impresionado por su experiencia desde muy niña como trabajadora del hogar, sus años liderando el movimiento campesino, sus valientes denuncias de las esterilizaciones forzadas en tiempos de Fujimori. La víspera del conversatorio en el Cusco, ella, pese a sus problemas de salud, viajó a su comunidad para participar en la siembra de papas. Cuando estoy ante Hilaria Supa, realmente me siento muy pequeño y ningún título académico podría cambiar esta sensación.