DGLOCALFACULTAD DE CCS UNMSM
CMT PROVIDA, Av. Gral. Garzón 2170. Jesús María
TALLER PROYECTOS EN EL APLICATIVO DEL SNIP
Sábado 25 Octubre 09.00 a 13:00 horas
Econ. Carlos Palomino Maldonado - experto en gestión publica local.
TALLER FORMULACIÓN DE PROYECTOS DE SOCIALES
Sábado 25 Octubre 14:00 a 18:00 horas Soc. Walter Varillas Inscripciones e informes: dglocal@gmail.com
Lugar:
CMT PROVIDA. Av. General Garzón 2170 Jesús María. (Altura óvalo de la Av. Brasil)
Inversión por cada curso: Auspiciadores de la DGLOCAL S/. 60.00 soles.
Otros participantes S/. 80.00 soles. Más IGV.
Dos cursos:
S/.100.00 soles y S/. 120.00 soles. Más IGV. Incluye: CD, carpeta, refrigerio
Forma de Pago:
Depósito en cuenta del Banco de Crédito del Perú Ahorros soles 193-05113565-0-16
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viernes, 17 de octubre de 2008
miércoles, 15 de octubre de 2008
ENCUENTROS Y DESENCUENTROS
César Lévano
Yehude Simon, el presidente del gobierno regional de Lambayeque es ya presidente del Consejo de Ministros. Asume la función en un momento crítico de la economía mundial y nacional, y grávido, por tanto de problemas sociales y políticos. Ha prometido diálogo y pluralismo, y por el momento hay que concederle el beneficio de la duda.
Simon va a instalarse justo en el momento en que le tocan a la puerta la huelga médica y la Asamblea de los Pueblos, prevista para el 4 de noviembre.
Buena prueba de fuego.
Pero más allá de la coyuntura y del plazo de expectativas que el país le puede dar -los primeros cien días quizás-, Yehude Simon, que otrora anduvo en las filas más radicales del marxismo, al punto de que criticaba, por escrito, a la Izquierda Unida por tibia y reformista, ha expresado ahora que su labor ministerial consistirá en buscar algo así como un encuentro o reencuentro entre Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui.
Misión imposible, habría que decirle. Porque esto traslada el problema al plano de la historia y la ideología, y la fantasía, ya no de la política cotidiana.
En primer lugar, ¿con cuál Haya se produciría este encuentro?
Como se sabe, durante cinco años -de 1923 a 1928- hubo una extraordinaria coincidencia ideológica y política entre ambos personajes.
Los unía ante todo el antiimperialismo, pero también el antifeudalismo. Un reflejo resplandeciente de esa confluencia está contenido en el artículo “¿Qué es el Apra?”, publicado en The Labor Monthly de Londres en diciembre de 1926. Los cinco puntos programáticos allí consignados son elocuentes:
“1º Acción contra el imperialismo yanqui.
“2º Por la unidad política de América Latina.
“3º Por la nacionalización de tierras e industrias.
“4º Por la internacionalización del Canal de Panamá.
“5º Por la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidos en el mundo”.
Haya había sido desterrado tres años antes por la dictadura de Augusto Bernardino Leguía. Mariátegui había regresado en 1923 de un exilio dispuesto por Leguía en 1919 bajo el dilema: o el destierro o la prisión. El futuro autor de los Siete ensayos había adoptado en Europa el marxismo, y en Italia, donde “desposó a una mujer y algunas ideas”, se había comprometido con otros dos peruanos a fundar en el Perú un partido comunista. Al fundar el Partido Socialista Peruano redactó, en octubre de 1928, unos Principios Programáticos, en que define a la organización como marxista-leninista. El Apra que, como frente único, no admitía un partido aliado en su seno, no era ya viable para Mariátegui.
Ese año 1928 es la línea divisoria, en la medida en que Haya se opone a la creación de un partido de clase, y propone al Apra (Alianza Popular Revolucionaria Americana) como un partido que es a la vez una alianza de clases. Ese fue el primer desencuentro entre los dos personajes.
Haya seguía proclamándose, sin embargo, marxista y hasta leninista. Algo más, como demuestra su correspondencia con Esteban Pavletich, Haya se consideraba un auténtico comunista, sólo que creía dañino proclamarse tal. (Dicho sea de paso, fui el único peruano a quien el combatiente sandinista Pavletich confió los originales de esas cartas. Las entregué para una posible edición; pero Pedro Planas las copió y las publicó íntegras).
Otro documento revelador es la carta que Haya envió a la célula aprista de Cusco el 25 de febrero de 1930, en la que se lee: “En el caso peruano el aprismo significa consecuentemente la fuerza revolucionaria capaz de imponer la dictadura del proletariado campesino y obrero, y de establecer la lucha organizada de esa dictadura contra el imperialismo, que es el capitalismo, opresor obrero, y contra el latifundismo, que es la explotación del campesino”.
Pero el desencuentro ya se había producido y se enconaba cada vez más. En el Apra se instaló un creciente anticomunismo, probablemente azuzado por agentes del imperio.
Evidente es que esa ruptura es, por decirlo así, irrompible.
El Apra de hoy no es siquiera la de 1930. Mucha agua turbia ha corrido bajo los puentes. En esa etapa surgió el lema aprista: “Ni con Washington ni con Moscú, sólo el aprismo salvará al Perú”.
Hubo, no obstante, un momento, en las elecciones de 1931, en que pudo producirse, si no una alianza, por lo menos una coincidencia, frente a la alianza reaccionaria. Pero el Apra había surgido como una fuerza caudalosa, al conjuro de proclamaciones antiimperialistas y antioligárquicas, bajo el liderazgo de un orador flamígero y persuasivo, el Haya joven, entonces de 35 años de edad. El partido comunista, que, gracias a Mariátegui, tenía amplia adhesión campesina y obrera, se enclaustró en el sectarismo dictado por Eudocio Ravines, que creía que la revolución estaba a la vuelta de la esquina.
El Apra siguió creciendo bajo dictaduras. La lucha heroica de militantes de base y de luchadores impecables como Manuel Arévalo la engrandecieron. Sin embargo, cuando en 1945 reapareció a la libertad, ya era otra. Haya llegó a decir en esa época que el imperialismo era creado por un “complejo de inferioridad”. En su discurso del reencuentro, en la plaza San Martín, hasta exclamó: “¡No queremos quitarle la riqueza a quien la tiene, sino crearla para quien no la tiene!”.
El reencuentro con ese segundo Haya era imposible, no sólo porque Mariátegui había muerto en 1930, sino porque también el Apra primigenia había fallecido.
Pero de vez en cuando, y para vergüenza de los actuales líderes del Apra, Haya recordó que el aprismo había nacido para servir al pueblo. En la campaña electoral para la Asamblea Constituyente explicó el 6 de enero de 1978; “la preponderancia imperialista domina y entonces es justo, razonable, inteligente, crear un antiimperialismo que se adecue a esas condiciones, que mantenga el principio de las reivindicaciones de los trabajadores, con energía, con tenacidad, con lealtad, con moralidad y que cree la fisonomía de un Estado antiimperialista”.
Parecía un reencuentro de Haya consigo mismo. Pero Haya murió; y ahora tenemos a Alan García, que ha cavado una segunda sepultura para Haya y el aprismo.
¿Con quién se va a reanudar, pues, el diálogo de Haya y Mariátegui?
Yehude Simon, el presidente del gobierno regional de Lambayeque es ya presidente del Consejo de Ministros. Asume la función en un momento crítico de la economía mundial y nacional, y grávido, por tanto de problemas sociales y políticos. Ha prometido diálogo y pluralismo, y por el momento hay que concederle el beneficio de la duda.
Simon va a instalarse justo en el momento en que le tocan a la puerta la huelga médica y la Asamblea de los Pueblos, prevista para el 4 de noviembre.
Buena prueba de fuego.
Pero más allá de la coyuntura y del plazo de expectativas que el país le puede dar -los primeros cien días quizás-, Yehude Simon, que otrora anduvo en las filas más radicales del marxismo, al punto de que criticaba, por escrito, a la Izquierda Unida por tibia y reformista, ha expresado ahora que su labor ministerial consistirá en buscar algo así como un encuentro o reencuentro entre Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui.
Misión imposible, habría que decirle. Porque esto traslada el problema al plano de la historia y la ideología, y la fantasía, ya no de la política cotidiana.
En primer lugar, ¿con cuál Haya se produciría este encuentro?
Como se sabe, durante cinco años -de 1923 a 1928- hubo una extraordinaria coincidencia ideológica y política entre ambos personajes.
Los unía ante todo el antiimperialismo, pero también el antifeudalismo. Un reflejo resplandeciente de esa confluencia está contenido en el artículo “¿Qué es el Apra?”, publicado en The Labor Monthly de Londres en diciembre de 1926. Los cinco puntos programáticos allí consignados son elocuentes:
“1º Acción contra el imperialismo yanqui.
“2º Por la unidad política de América Latina.
“3º Por la nacionalización de tierras e industrias.
“4º Por la internacionalización del Canal de Panamá.
“5º Por la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidos en el mundo”.
Haya había sido desterrado tres años antes por la dictadura de Augusto Bernardino Leguía. Mariátegui había regresado en 1923 de un exilio dispuesto por Leguía en 1919 bajo el dilema: o el destierro o la prisión. El futuro autor de los Siete ensayos había adoptado en Europa el marxismo, y en Italia, donde “desposó a una mujer y algunas ideas”, se había comprometido con otros dos peruanos a fundar en el Perú un partido comunista. Al fundar el Partido Socialista Peruano redactó, en octubre de 1928, unos Principios Programáticos, en que define a la organización como marxista-leninista. El Apra que, como frente único, no admitía un partido aliado en su seno, no era ya viable para Mariátegui.
Ese año 1928 es la línea divisoria, en la medida en que Haya se opone a la creación de un partido de clase, y propone al Apra (Alianza Popular Revolucionaria Americana) como un partido que es a la vez una alianza de clases. Ese fue el primer desencuentro entre los dos personajes.
Haya seguía proclamándose, sin embargo, marxista y hasta leninista. Algo más, como demuestra su correspondencia con Esteban Pavletich, Haya se consideraba un auténtico comunista, sólo que creía dañino proclamarse tal. (Dicho sea de paso, fui el único peruano a quien el combatiente sandinista Pavletich confió los originales de esas cartas. Las entregué para una posible edición; pero Pedro Planas las copió y las publicó íntegras).
Otro documento revelador es la carta que Haya envió a la célula aprista de Cusco el 25 de febrero de 1930, en la que se lee: “En el caso peruano el aprismo significa consecuentemente la fuerza revolucionaria capaz de imponer la dictadura del proletariado campesino y obrero, y de establecer la lucha organizada de esa dictadura contra el imperialismo, que es el capitalismo, opresor obrero, y contra el latifundismo, que es la explotación del campesino”.
Pero el desencuentro ya se había producido y se enconaba cada vez más. En el Apra se instaló un creciente anticomunismo, probablemente azuzado por agentes del imperio.
Evidente es que esa ruptura es, por decirlo así, irrompible.
El Apra de hoy no es siquiera la de 1930. Mucha agua turbia ha corrido bajo los puentes. En esa etapa surgió el lema aprista: “Ni con Washington ni con Moscú, sólo el aprismo salvará al Perú”.
Hubo, no obstante, un momento, en las elecciones de 1931, en que pudo producirse, si no una alianza, por lo menos una coincidencia, frente a la alianza reaccionaria. Pero el Apra había surgido como una fuerza caudalosa, al conjuro de proclamaciones antiimperialistas y antioligárquicas, bajo el liderazgo de un orador flamígero y persuasivo, el Haya joven, entonces de 35 años de edad. El partido comunista, que, gracias a Mariátegui, tenía amplia adhesión campesina y obrera, se enclaustró en el sectarismo dictado por Eudocio Ravines, que creía que la revolución estaba a la vuelta de la esquina.
El Apra siguió creciendo bajo dictaduras. La lucha heroica de militantes de base y de luchadores impecables como Manuel Arévalo la engrandecieron. Sin embargo, cuando en 1945 reapareció a la libertad, ya era otra. Haya llegó a decir en esa época que el imperialismo era creado por un “complejo de inferioridad”. En su discurso del reencuentro, en la plaza San Martín, hasta exclamó: “¡No queremos quitarle la riqueza a quien la tiene, sino crearla para quien no la tiene!”.
El reencuentro con ese segundo Haya era imposible, no sólo porque Mariátegui había muerto en 1930, sino porque también el Apra primigenia había fallecido.
Pero de vez en cuando, y para vergüenza de los actuales líderes del Apra, Haya recordó que el aprismo había nacido para servir al pueblo. En la campaña electoral para la Asamblea Constituyente explicó el 6 de enero de 1978; “la preponderancia imperialista domina y entonces es justo, razonable, inteligente, crear un antiimperialismo que se adecue a esas condiciones, que mantenga el principio de las reivindicaciones de los trabajadores, con energía, con tenacidad, con lealtad, con moralidad y que cree la fisonomía de un Estado antiimperialista”.
Parecía un reencuentro de Haya consigo mismo. Pero Haya murió; y ahora tenemos a Alan García, que ha cavado una segunda sepultura para Haya y el aprismo.
¿Con quién se va a reanudar, pues, el diálogo de Haya y Mariátegui?
El nuevo Premier.
SIMONIZANDO EL COCHE PRESIDENCIAL
César Hildebrandt
Un converso tibio ha llamado a un converso radical. García pasó del aprismo mesocrático y reformista al club de PPK, donde sí se admiten mujeres con tal de que se parezcan, en cuerpo y alma, a Susanita de la Puente. Lo que quiero decir es que García se extrajo el aprismo de un modo laparoscópico y se planchó la memoria donde Morillas, todo para que Vega Llona lo sintiera prójimo y Eisha lo declarara suyo y la señora Giulfo le elogiara la corbata.
La biografía de Yehude Simon es bastante más drástica. Lo menos que se puede decir es que pasó de la sangre al arrepentimiento y del arrepentimiento a la moderación de derechas.
Es muy difícil olvidar que este nuevo primer ministro dirigió la revista “Cambio”, que fue vocero indiscutible del MRTA, en tiempos en que el MRTA era la segundilla de Sendero. Esto quiere decir que el MRTA mataba menos pero mataba; secuestraba a pocos pero secuestraba; y predicaba la solución de un baño María en hemoglobina ajena aunque multitudinaria.
El señor Simon escribía editoriales con tinta Rh negativa mientras la banda que decía imitar a Túpac Amaru mantenía a sus secuestrados en habitáculos inmundos destinados a matar el ánimo, doblegar la voluntad y esperar en la agonía mientras las familias juntaban el rescate.
Así estuvo mi amigo Héctor Delgado Parker: siete meses en una cueva de cemento, herido de un balazo durante su secuestro, poniéndose él mismo la sonda uretral que le permitió orinar y le dejó estar vivo. Héctor, sin embargo, quedaría marcado por ese secuestro y los que lo conocimos no tuvimos duda de que su muerte prematura a causa de un derrame cerebral quedó sellada durante ese cautiverio.
El señor Simon escribía y escribía sus profecías de Che lambayecano mientras el Perú –con cada dinamitazo, con cada coche bomba, con cada viceversa de pólvora y locura- se convertía en una una mala película plagada de efectos especiales.
Y cuando el fascismo en uniforme tomó el poder fáctico y empezó a esgrimir el terror indiscriminado como arma en contra del terror que tanto animaba el señor Simon –a la sazón socio minoritario de Abimael Guzmán-, en ese momento –estoy seguro- el señor Simon y sus allegados de “Patria Libre” sintieron que habían cumplido su tarea. En efecto, la democracia había fracasado y los milicos co-gobernaban y “las contradicciones se habían agudizado”.
¿O sea que ya venía la revolución?
No, lo que vino fue la caravana de la muerte, la que empezó en Uchurajay y siguió en decenas de aldeas altiplánicas y prosiguió en Los Molinos –donde sesenta jóvenes del MRTA fueron asesinados por órdenes del primer gobierno de García- y galopó sin pausa por el Perú rural. Al final, como se sabe, no vino la revolución: ¡llegaron Fujimori y sus piltrafas!
Que el señor Simon haya sido malamente enjuiciado en un proceso sumario sin estándares internacionales y que luego fuera liberado por el gobierno de Valentín Paniagua, no significa que debamos olvidar qué hizo ni a cuántos dañó. Y que el señor Simon se haya arrepentido no implica que los asesinados por su secta puedan volver a estar entre nosotros. Y que haya pagado con ocho años de encierro su deuda social no significa que nos despojemos del doloroso recuerdo de sus “hazañas”.
Ahora el señor Simon es un conservador que es muy bien visto por los sectores empresariales. Es legítimo, entonces, que sea llamado por el gobierno de los empresarios.
Lo que no es serio es que el señor Simon diga ahora –después de haber adulado durante meses al régimen del doctor García- que quiere unir puentes “entre la izquierda y la derecha” mientras, simultáneamente, confirma en sus cargos al señor Valdivieso, plenipotenciario del FMI; al señor García Belaunde, autor de la única política exterior regional que no existe; y a la señora Aráoz Fernández, una señora de buen ver que habla como si el Perú fuese una boutique en temporada de remates (y lo más triste es que tiene razón).
No, pues, señor Simon. Usted no ha sido llamado para ser bisagra o puente. Usted ha sido llamado para continuar la política económica de los Vega Llona y los Romero. Y el hecho de que ahora hable de “una tregua política necesaria ante la crisis internacional” constituye casi un plagio de los reclamos sindicales, dirigidos a pedirle al régimen una tregua piadosa en la aplicación de su fórmula económica.
El señor Simon preside ahora un fantasmagórico Partido Humanista y ha dicho en más de una ocasión que postulará a la presidencia en el 2011. Esta será una fuente de roces con el doctor García y, probablemente, la causa de más de una ambigüedad en el discurso del doctor Simon. A no ser que el propósito del doctor García sea incinerar políticamente al señor Simon para limpiarle más el camino a Castañeda Lossio.
Lo que está claro es que el doctor García ha inquietado a los corresponsales menos avisados. Estos hablan “de una apertura a la izquierda en el gobierno peruano”. Nada más tonto. El Simon que García acaba de contratar es el que, con sus elogios, simonizaba cada vez que podía el coche de la presidencia. El Simon ultraconverso que admira a García por las mismas razones que muchos otros lo encuentran abominable.
En todo caso, un derechista de pasado guerrillero podría ser el refinamiento más retorcido de este gobierno. El problema para García es que no hay ningún acertijo que descifrar: la derecha sigue gobernando, aunque ahora vista chaqueta provinciana y un cierto aire de novedad descentralista. La torta no ha cambiado: el muñeco sí. Y que el diario “La Razón” haya saludado con tanta comprensión el nombramiento del nuevo primer ministro confirma un rumor circulante: Simon, que fue perdonado, sí avalaría el perdón precoz de Fujimori (casi inmediatamente después de la condena).
Fui alguna vez amigo de don Alfonso Barrantes, el único líder de izquierda que pudo llegar a la presidencia. Y si de alguien me habló pestes el doctor Barrantes fue, precisamente, del señor Yehude Simon, uno de los que más hizo para dinamitar, desde adentro, a Izquierda Unida. Cuando Barrantes hablaba de Simon una mueca de desprecio le torcía la cara. “Es el peor de los traidores”, me dijo una vez.
Claro que Barrantes era un hombre de pasiones. No tantas, sin embargo, como para dirigir desde “Cambio” la orquesta roja del terror emerretista.
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