lunes, 15 de marzo de 2010

Un debate muy interesante acerca de la democracia en el Perú

El nuevo pensamiento conservador
Por Alberto Adrianzén (*)

Hasta hace una semana mantenía con Martín Tanaka una polémica, creo, alturada. Incluso Martín tuvo la gentiliza de enviarme un extenso artículo de réplica. Le agradecí y prometí contestarle; pero viajes y trabajos, como ocurre siempre, me lo han impedido. Sin embargo, en estos días, otras personas han decidido participar en el debate y, en algunos casos, de manera bastante agresiva. Uno de ellos es Alberto Vergara, politólogo y profesor universitario, quien en un artículo publicado en este suplemento (“Si el régimen político no es de izquierda, no es democrático”) nos acusa a Nicolás Lynch y a quien escribe, entre otros puntos, de ser intocables y, además, de izquierdistas y “humalistas”.

Recuerdo como si fuera ayer mi última conversación con Pancho Aricó en Buenos Aires, pocos meses antes de que un cáncer se lo llevara para siempre en 1991. Estábamos los dos en su biblioteca conversando y en un momento le pregunté: “¿Pancho, sigues siendo socialista?”. Pancho miró los libros y me dijo: “Estoy muy viejo para cambiar”. Por eso mi respuesta tiene un contexto y una atalaya (un lugar) que espero y aspiro –sé que es muy difícil– sea similar a aquella desde la cual Pancho solía mirar el mundo. Por lo tanto, es una respuesta de parte. Así que no tengo el menor interés de destacar académicamente y menos parapetarme en los claustros universitarios para desde ahí pontificar y decidir quién vive y quién muere en lo que podemos llamar los predios de la academia.

Me sorprende que Vergara me acuse de ser un poco fosforito porque “le increpo (a Martín Tanaka) ser un defensor del orden prevaleciente” . En un texto de mi autoría que publicó DESCO en julio del 2006 (pero que redacté en febrero de ese mismo año) y que lleva por título “Crisis de gobernabilidad o inicio de un nuevo ciclo político en América Latina”, decía lo siguiente: “No es mi interés discutir a profundidad las tesis de Martín Tanaka (me refiero a su libro “Democracia sin partidos, Perú 2000-2005”); sin embargo, me interesa señalar, más allá de la pertinencia de las tesis del autor, que estamos frente a una explicación que toma sus elementos centrales de lo que podríamos calificar como pensamiento conservador por su carácter poco (o anti) reformista” (p. 33). Tanaka nos plantea que hay que “proteger” a los actuales “partidos” limitando las reformas y restringiendo el acceso de nuevas formas de representació n al sistema político; yo creo, más bien, que hay que crear nuevas formas de representació n, porque las actuales están en franca decadencia, como hoy sucede en varios países andinos, incluyendo Colombia.

Por lo tanto, cuando califiqué hace un par de semanas a Tanaka como defensor del orden “prevaleciente” no lo hacía por primera vez, ni únicamente por sus críticas a mi libro. Decir que Tanaka expresa un pensamiento conservador no es una ofensa ni un artilugio polémico, más aún si lo he dicho hace cuatro años. Lo que sí es un artilugio polémico, con el único fin de desprestigiar a su oponente –creando para ello una suerte de monigote– es, justamente, lo que hace Vergara.

De otro lado, es un argumento falaz decir que uno afirma o sugiere que “si el régimen político no es de izquierda, no es democrático”. Por favor, más seriedad. En qué parte de mi reciente libro o en qué artículo digo o sugiero algo parecido. Eso sí que sería volver a los años 70. No suelo tener doble personalidad y menos tengo la manía de la repetición. Si creyese lo que dice Vergara, jamás hubiese participado en el gobierno de transición y menos apoyando al presidente Paniagua los años posteriores. Lo que pasa, sospecho, es que el concepto de democracia que manejan Vergara y sus amigos es bastante distinto al que yo manejo. Nicolás Lynch el martes pasado ha tratado brevemente este tema.

Vergara dice que “trapicheo” (la palabra es de mi crítico) con el “recuerdo de Paniagua”. Es decir, que hago un uso indebido del mismo. Si así fuera, hace tiempo, como muchos me reclaman, hubiese publicado un libro sobre Paniagua y el gobierno de transición. No lo he hecho por una simple razón: temo traicionar su memoria y hacer públicas cosas que él me decía en privado. Mi lealtad con el presidente Paniagua no acabó cuando dejó de existir; ahora que no está es, incluso, más fuerte.

Vergara afirma (o sugiere) que el concepto de refundación no es válido para analizar el gobierno de transición. Esta vez cito otra parte del texto de Paniagua del 2002: “Al nacer el nuevo milenio, vivía el Perú, sin duda alguna, una crisis global que exigía e impone aún un esfuerzo de refundación republicana”.

Quiero decirle a Vergara que contrariamente a lo que él cree, el concepto de “refundación” no es patrimonio de la izquierda. Luis Maira, socialista chileno y embajador de ese país en la Argentina, ha dicho hace pocos días en una entrevista para el diario Página 12, lo siguiente: “Hoy nos damos cuenta de que la dictadura militar logró muchas cosas. Una, sin duda, es la refundación de Chile, más moderno, más eficiente…” (1/3/10). En realidad, la refundación, como el populismo, puede ser de izquierda o de derecha. No es por lo tanto “propiedad” de Evo Morales o Rafael Correa. Eso fue, por ejemplo, lo que intentó Fujimori y que hoy está en cuestión.

Por eso el uso que hago del concepto de “refundación” no es “ideológico” sino que lo empleo como una herramienta teórica y analítica. Por otro lado, desde el momento que se habla de “refundación republicana” se establece una diferencia importante con los actuales procesos andinos. Dicho en otras palabras: es similar pero no es lo mismo. Lo que proponía Paniagua es, sin duda, totalmente opuesto a lo que hoy propone el presidente Hugo Chávez. Sostener que los quiero igualar es una manipulación.

También se equivoca Vergara cuando dice que el gobierno de transición no es refundacional porque no tocó el modelo neoliberal. Aquí lo que hay es una falta total de información y perspectiva. Le recomiendo a Vergara que lea el primer discurso del presidente Paniagua en el que plantea “renegociar la deuda externa”. Recuerdo que esa misma noche un joven economista e hijo de un amigo del Presidente visitó Palacio para decirnos que ese anuncio había generado alarma entre los inversionistas y en EEUU. Al día siguiente, y por recomendación del Presidente, salió en una radio Javier Silva Ruete para calmar los ánimos.

Pero eso no es todo: el gobierno de Paniagua encarceló e inició proceso a cientos de fujimoristas corruptos (empresarios, periodistas, ministros, parlamentarios, militares), algo inédito en el Perú y en A. Latina; acotó tributariamente a empresas transnacionales (medida a lo que se opusieron algunos futuros miembros del gobierno de Alejandro Toledo); impidió que Dionisio Romero se apropiara de los puertos; dejó una propuesta de reforma constitucional que incluía la posibilidad de una Asamblea Constituyente; elaboró un plan de lucha contra la corrupción; una propuesta de reforma de la administració n pública y de la educación, entre otros puntos. Por eso sostengo que el gobierno de Toledo, que tenía la legitimidad de las urnas, no traicionó la transición sino que más bien la “bloqueó” al no continuar con estas tareas. Sinceramente, creo que Alberto Vergara debería ser más riguroso (que no es lo mismo que objetivo) con el gobierno de transición.

Por último no considero que todo este debate sea solamente por unos libros escritos por Nicolás Lynch o por el autor de esta nota, que para Vergara, convertido en “juez”, son además mediocres. Sospecho que este debate guarda relación, más bien, con nuestro apoyo público a Ollanta Humala, pero además con diferencias de fondo en relación a preguntas sustantivas: cómo cambiamos este país, qué democracia y qué libertad queremos construir. Me temo que la propuesta de estos nuevos politólogos es conservadora porque creen que demasiadas reformas (o abrir el sistema político) nos conduce a la ingobernabilidad y acaso al autoritarismo. Por eso defienden el statu quo, y están contra Humala y los procesos de cambio en el mundo andino. Yo creo, como decía Riva Agüero, que en este país no hay mucho que conservar, por eso estoy por el cambio; salvo que se quiera terminar –como terminó Riva Agüero– en posiciones reaccionarias. Por eso prefiero la vida a los claustros universitarios; porque ahí está la política y no la “nueva politología”.

(*) albertoadrianzen. lamula.pe


Si el régimen político no es de izquierda, no es democrático (o el blues de los intocables)

Por Alberto Vergara (*)

Let’s sing another song, boys,
this one has grown old and bitter.

Leonard Cohen

Durante las últimas semanas, la página editorial de este periódico ha sido tribuna de un enconado debate entre varios de sus columnistas. Los involucrados han sido Alberto Adrianzén y Nicolás Lynch, en una esquina y, en la de enfrente, Martín Tanaka. El origen de la discusión está en los artículos de este último criticando moderadamente los libros que recientemente publicaron Lynch y Adrianzén. Pero las respuestas han sido agrias. Nicolás Lynch trató a Tanaka de “malagua” y le achacó una “epistemología de supermercado” . Adrianzén, menos fosforito, le increpó ser un defensor del orden social prevaleciente.

¿A qué se debe la vehemencia en las respuestas de Lynch y Adrianzén? Aunque son varios los temas que animan este debate, quisiera detenerme en dos aspectos especialmente pertinentes.

Primer punto: ¿el régimen democrático debe ser de izquierda? La pregunta puede sonar absurda pero no lo es ya que en los escritos de Lynch y Adrianzén tal ecuación es siempre sugerida. Permanentemente, mencionan que “Toledo frustra la transición” (Lynch, 9 de febrero). La frustración, desde luego, proviene de haber mantenido el régimen económico neoliberal. Debemos asumir, entonces, que para ellos en el Perú carecemos de una democracia ya que una transición frustrada, por definición, es una que no desembocó en el régimen democrático.

El argumento parece ser la versión contemporánea de uno que la izquierda solía utilizar en los ochenta. El movimiento popular y movilizado que había derrocado a la dictadura de Morales Bermúdez no encontró un espacio en el juego de las instituciones democráticas que se abrieron con la Asamblea Constituyente de 1978. Lo que se recuperó fueron “solamente” las dimensiones políticas de la ciudadanía (básicamente el derecho al voto) pero se dejaron de lado las dimensiones sociales y económicas. Así fue que Lynch bautizó a aquella transición como “conservadora” (Ver “La transición conservadora. Movimiento social y democracia en el Perú 1975-1978”. Lima, Ediciones El zorro de abajo, 1992). Tal era el desagrado con la institucionalidad surgida de aquella transición que la representació n izquierdista en la Asamblea Constituyente (¡un tercio!) se negó a suscribir la Constitución de 1979. Y posteriormente, de 1980 a 1985, solo tuvo palabras de desprecio para el gobierno de Acción Popular. Es por lo menos curioso que varios ex militantes de aquella izquierda hoy echen de menos la constitución que negaron y se deshagan en mimos nostálgicos hacia Valentín Paniagua, prominente líder de aquel gobierno que solo supieron insultar.

En fin, el argumento está de vuelta treinta años después: los ocho meses en que Valentín Paniagua fue presidente contenían el germen de una refundación republicana en la que no solo cambiaría el régimen político sino el modelo económico neoliberal (inseparable de la dictadura fujimorista) . Para avalar esta idea, Adrianzén (13 de febrero) cita unas frases de Paniagua en que, efectivamente, don Valentín alude a una refundación republicana… ¡pero nunca alude a deshacerse del modelo económico neoliberal! Debo confesar que me perpleja este trapicheo con el recuerdo de Paniagua. Según Adrianzén, “las ideas de Paniagua, en cierta forma, eran cercanas a las que se viven actualmente en los países andinos”. ¿Perdón? Paniagua, que estudió y defendió toda su vida el constitucionalismo y el imperio de la ley contra el militarismo y el caudillismo, ¿estaría entusiasmado con caudillos plebiscitarios que cambian las constituciones como les da la gana para perpetuarse en el poder?

Y luego llegan las “traiciones”. Según Lynch y Adrianzén, Toledo se burló del electorado pues olvidó sus promesas electorales del 2001. A ver, Toledo nunca fue ni nacionalista ni socialista. La idea de un Toledo traidor no tiene pies ni cabeza. Aquí les va una pista: Mario Vargas Llosa apoyó su candidatura el 2001. ¿De dónde sacaron, entonces, las esperanzas de que Toledo fuese un Humala avant la lettre? Más bien, creo que Tanaka tiene razón cuando afirma que estos intelectuales se han ido radicalizando en los últimos años, alejándose de posiciones socialdemócratas para terminar de groupies de un caudillo nacionalista. Y luego aparece la traición de García. Según Lynch (6 de febrero), García candidato había utilizado una retórica inflamada contra el TLC y finalmente traicionó ese discurso al moderarse y dar luz verde a dicho tratado. Pero esto es incorrecto. Quien se opuso abiertamente fue Humala. García, cínica y hábilmente, puso montones de reparos al TLC sin dejar en claro si lo firmaría o rechazaría. De hecho, esta fue una de las sinuosas estrategias por las cuales terminó estando a la derecha de Humala (que lo rechazaba tajantemente) y a la izquierda de Lourdes Flores (que lo aceptaba sin reservas), consiguiendo así avanzar a la segunda vuelta.

El problema, entonces, no son las traiciones, sino los sueños transicionales. Durante las transiciones nuestros intelectuales orgánicos suelen imaginar el advenimiento de un movimiento “plebeyo” que tomará el Estado y luego, ¡zas!, se despiertan con el baldazo de agua fría de las elecciones. En lugar de cargar las tintas contra el régimen político (contra las reglas del juego democrático), sería más justo que dediquen ese esfuerzo a analizar por qué sus opciones preferidas –a pesar de la enorme cantidad de votos recibidos el 2006 tanto en la presidencial como en el congreso—, no han logrado consolidar una agenda o un partido. En resumen, si Toledo o García hubiesen gobernado como Adrianzén y Lynch fantaseaban, el régimen político sería democrático. O sea, para ellos el carácter democrático del régimen no proviene de la sucesión de elecciones limpias y justas, sino de las políticas públicas que los gobernantes deberían haber puesto en marcha.

Segundo punto. La objetividad y el activismo del científico social. Aquí quien ha lanzado la frase clave es Nelson Manrique: Tú también tienes ideología, le ha dicho a Tanaka. Y todos han secundado esta idea de que la crítica se realiza desde alguna posición política y, por lo tanto, no se debe ir por la vida pretendiendo la “objetividad”. Pero digamos lo evidente: los libros y los artículos pueden ser deficientes o logrados, mejores o peores, independientemente de la orientación política que ellos o sus autores tengan. La posibilidad de verificar ciertos niveles de calidad objetivos es lo que permite que la academia y el debate de ideas sobrevivan. Los libros de Manrique son estupendos porque cumplen con estos estándares y no porque sean de izquierda.

¿Cuál es la utilidad de exigir a quienes reseñan libros que anuncien en qué equipo político juegan? Peor aún, ¿por qué asumir que todos juegan en algún proyecto político? Yo le veo una intención muy clara. Es la vía por la cual todos los argumentos valen lo mismo, todos los libros terminan reducidos a ser expresión de una ideología, todos serían expresión de unos “intereses” particulares. Se instaura el relativismo más nocivo para el conocimiento pues nadie tendría ideas o hallazgos originales sino apenas reflejos de una agenda política implícita o explícita ¿Y a quién favorecería todo este relativismo? A quienes escriben libros deficientes.