viernes, 11 de diciembre de 2009

Sociales, Humanidades y Letras

LOS PARIENTES POBRES

Rocío Silva-Santisteban

«Papá, quiero estudiar historia». El padre del supuesto futuro historiador podría caer sobre su escritorio tras un colapso nervioso. «¿Historia?» diría, «pero si eso no sirve para nada». Y es verdad, pero desde cierto punto de vista. Para los empresarios tradicionales o los ingenieros severos, las carreras de humanidades y sociales así como las de letras no sirven para nada, porque no producen ese ansiado rédito que, tras años de inversión universitaria, algunos progenitores poco flexibles esperan recibir de sus hijos. Pero desde el otro lado de la orilla -el del hijo, el de la humanidad- estas carreras permiten la formación de profesionales y pensadores que expliquen el mundo desde sus esencias, desde sus procesos internos, desde el tiempo que les toca vivir. Como lo sostiene el historiador mexicano Ernesto de la Torre «los estudios históricos son necesarios para interpretar a la humanidad y para evitar que se manipule la realidad».

La historia, la filosofía, la literatura, la antropología, la sociología y toda una serie de disciplinas que conforman el amplio espectro de las ciencias sociales, las humanidades y las letras son profesiones que en un país como el nuestro se ven cuestionadas por abanderados del neoliberalismo por su falta de efectividad pragmática. Pero como dice Abelardo Oquendo, profesor principal de literatura, «querer ser pragmático es querer destruir la universidad. Yo me niego, me resisto siquiera a mirarlo de ese modo».

Tradicionalmente se ha calificado a estas profesiones como intelectuales o académicas, cuyo ejercicio fundamental se sostiene en el plano de la inteligencia, sin intereses subyugantes de utilidad inmediata. Pero esta es sólo una posición. Pues hoy, lo demuestran los hechos, muchas de las personas que se dedican a estas áreas del pensamiento pueden jugar un rol importante en el propio desarrollo de la empresa, entrando a plantear nuevas formas de interrelación con la realidad ultradinámica. Como lo sostiene lúcidamente Augusto Alvarez Rodrich de Apoyo: «siento que hoy en día tal como operan las empresas, se demanda un servicio multidisciplinario. Personas con esos estudios tienen un potencial muy alto».

Por supuesto, los grados de interrelación con las demandas de la sociedad están ligados íntimamente a sus necesidades preferenciales. En el Perú es imprescindible dar prioridad a urgencias profesionales, pero no porque entremos en una fiebre neoliberal debemos desdeñar las carreras que de alguna forma han permitido que el hombre se eleve sobre la máquina. No tendría sentido tampoco plantear el fomento de disciplinas como la literatura, pero mantener a los pocos estudiosos de esa área es substancial, para poder repetir como Vallejo «son pocos, pero son».

Sociólogos en la Backus

La sociología tuvo su gran etapa de crecimiento durante la década de los 70. En 1976, según un informe del CONUP 5795 personas estudiaban esta disciplina. GRADE señala que el año 1965, 20 personas ingresaron a esta carrera; en 1975, 1064; y en 1980, 1489. El año 1991 ingresaron sólo 779, es decir, que después de varios años de crecimiento sostenido se produce el crak - sonido parecido al de un ladrillo del Muro cayendo al suelo- y las expectativas por ser sociólogo disminuyen considerablemente.

Gonzalo Portocarrero, exdecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica, explica este fenómeno: «A mediados y fines de los 80 se produce un bajón en los estudiantes de sociales por diferentes motivos: la crisis económica, la dificultad de encontrar trabajo, la pérdida de relevancia del discurso sociológico de inspiración marxista, la crisis de la izquierda. Todo esto provocó una pérdida de glamour en las ciencias sociales».

¿Y qué pasó con todos esos sociólogos de los 70? En realidad las cifras son engañosas, porque si bien es cierto que muchos ingresaron a estudiar esta carrera, pocos terminaron y muchos se desviaron a diferentes actividades, la principal de ellas: la militancia partidaria.

Un sociólogo, que fungió de alumno durante la etapa que podríamos llamar de transición (1988-1992) y que prefiere mantenerse en el anonimato, confiesa que escogió sociología «inquietado porque era una carrera que me acercaba a la discusión política y a la preocupación por lo social. Lo curioso es que el perfil de la gente que estudiaba sociología en esa época era todavía el de personas preocupadas por la transformación, por entender el país y entender las macroestructuras». Pero la cosa cambia lentamente después de la crisis del socialismo y del paradigma marxista. «Es allí que empiezan los estudios de las subjetividades, de las múltiples realidades. Recuerdo que uno de mis profesores, Guillermo Nugent, decía que no entendía cómo era posible que todavía hubiera sociólogos que vieran a la realidad como una palta con una sola pepa, cuando para él la realidad es una chirimoya».

Hoy en día los sociólogos palteados tienen la obligación de ponerse las pilas, pero además los prejuicios en torno a esta profesión deben descartarse porque no permiten que los cambios introducidos sean viables. «Cuando les presentas el cartón de sociólogo no se imaginan quién es, se piensa que es alguien que ha leído a Marta Harnecker siete veces y con eso no sirve...», dice Alvarez Rodrich explicando el prejuicio de los empresarios.

Pero las cosas han variado substancialmente. Los sociólogos «posmodernos», por decirlo de alguna manera, deben estar preparados para asumir los retos de una sociedad ágil, dinámica y de continuo cambio como la nuestra.

«¿En qué puede trabajar un sociólogo hoy en día? Lo fundamental en cualquier empresa es el marketing y esto no es sino entender el comportamiento de la gente cuando le lanzas un producto. Un profesional de la sociología tiene mucho por aportar en ese esquema; lo que pasa es que no se necesita al típico sociólogo formado en los 70 pues en esa época te preparaban para otra cosa...» afirma Alvarez.

Según una encuesta realizada por Apoyo sobre mercado educativo, la Pontificia Universidad Católica es percibida como la mejor universidad privada, sobre todo en el área de ciencias sociales. Es seguramente por este motivo que de un total de dos mil bachilleres de sociología, el 90 % tiene trabajo en su especialidad, y de ellos el 45 % trabaja en ONGs.

Este año el plan de estudios de ciencias sociales ha sido reformado totalmente, incorporándose nuevos cursos electivos para que sean los mismos alumnos lo que vayan armando, según sus intereses, su propia formación. Aldo Panfichi, coordinador del área de Sociología en la Faculta de CCSS de la PUC, señala que el cambio de perspectiva se centra en la flexibilidad, reforzando el núcleo central de la formación, pero planteando diversos registros en el análisis desde diferentes metodologías.

Asimismo, Portocarrero agrega: «se están abriendo nuevas vetas para los sociólogos en el Estado y en la empresa privada, por ejemplo, para entender a la empresa no sólo como una reunión de gente sino como personas que deben crear una cultura institucional con consecuencias directas en la productividad y la rentabilidad. La sociología trata de crear un diseño de la empresa a partir de una identificación con ella en lugar de verla como algo hostil. En estos momentos varios de nuestros estudiantes están haciendo prácticas en la Volvo y en la Backus».

Pero como sostiene nuestro joven sociólogo anónimo: «es importante distinguir la cuestión teórica de la laboral, los cambios de ahora se producen porque la preocupación de la Universidad se centra en pensar "uy... en qué van a trabajar nuestros muchachos". Lo que ahora necesitamos es un cambio de perspectivas, un giro radical que nos reoriente».

Interdisciplina: humanismo futurista

Casi todos los entrevistados han pronunciado una palabra que parece clave para entender al científico social del año 2000: interdisciplina. Todos han insistido en que para el mundo del futuro se requieren personas que tengan la formación adecuada para adaptarse a los cambios: pensamiento sintético e integrador, habilidad para encontrar soluciones a problemas nuevos, manejo y proceso de información, manejo además de las disciplinas afines y la tecnología informática de punta, de elementos de física, ecología, matemáticas y lógica. ¿Supersociólogo? No, simplemente lo que Macera ha denominado un científico social polivalente.

Así, entonces, sería imprescindible desarrollar cursos que vinculen unas disciplinas con otras, pero no sólo yuxtaponiéndolas sino integrándolas. El intelectual de hoy en día debe ser una persona con gran solvencia en su especialidad, pero que al mismo tiempo mantenga una curiosidad permanente y una capacidad de relacionar las diversas áreas del conocimiento. Durante mucho tiempo la realidad ha sido parcelada por las distintas disciplinas y se puso énfasis en lo específico; ahora la idea es manejar lo específico pero con un criterio amplio para engarzarlo con lo general.

Esta idea aparentemente vanguardista no tiene nada de novedosa. Es, en el fondo, un intento de retorno a la esencia misma de la universidad: la concepción orgánica del saber. Lo que Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam pusieron de moda hace cientos de años: el humanismo.

Puros a pesar de todo

Entre las carreras de letras y humanidades han sido múltiples las ramificaciones que han surgido con los años. Por ejemplo, etnología y antropología formaban antes (en los años 40) parte de historia, pero como cursos de últimos ciclos en sus planes de estudio.

Las ramificaciones se han producido generalmente por el desarrollo de ciertos sectores del conocimiento o por la necesidad práctica de otros, como por ejemplo las carreras de comunicación social. Durante muchos años los periodistas aprendían en la práctica y generalmente eran personas que habían estudiado alguna carrera de letras, que manejaban bien el idioma y que poseían una inquietud por la investigación casi detectivesca. Entonces eran enrolados en los distintos medios y aprendían en la calle. O también se trataba de personas apasionadas por la literatura, con un manejo admirable del lenguaje, pero que no veían posibilidades cercanas de vivir de ella, como es el caso de Vallejo, Valdelomar y mucho más cerca del propio Mario Vargas Llosa en sus años iniciales.

Hoy en día el panorama ha cambiado avasalladoramente y los periodistas hasta se especializan en ciertas subcategorías como medios audiovisuales o prensa. Los literatos que pretendían vivir de esta suerte de contacto esporádico con la realidad se ven desfasados.

Entonces, la pregunta natural que surge de este nuevo orden de cosas, sería: ¿qué pueden ofrecer las universidades para que las personas que se dedican a las carreras de humanidades «duras» -como las denomina Patricia de Arregui en Quehacer 99-, es decir a la filosofía, la linguística o la literatura, puedan encontrar un territorio propicio para poner en práctica, más allá de la enseñanza, estos conocimientos?

Abelardo Oquendo es tajante al respecto: «eso tiene para mí dos supuestos: uno, que la literatura deba servir para algo más allá de lo que siempre ha servido (si ha servido), y el segundo es el supuesto de que la universidad tenga que responder de manera pragmática a ciertas necesidades sociales. Pero la literatura, para mí felizmente, siempre seguirá siendo literatura pura, algo que en términos pragmáticos no sirve para nada. Para lo único que sirven los egresados de ciertas disciplinas es para enseñar esas disciplinas, para formar otros como él que no tengan función aparente dentro del mercado de trabajo. Es desgraciadamente así y la universidad no tiene nada que ofrecer como alternativa, plantearlo de otra manera sería un error de perspectiva». Claro como el agua. Los llamados a seguir este tipo de carreras, que están en alza desde hace dos años deben saber desde el principio que si se quieren dedicar a lo que la universidad les brinda, será a leer y a enseñar más adelante. Desgraciadamente hacerlo ahora en el Perú es casi un suicidio. Vivir de enseñar sólo en la universidad una carrera así -a menos que se sea profesor principal a tiempo completo de la PUC y con remuneración por cargo- es en la práctica imposible.

Muchos de los literatos son el ejemplo perfecto del pluriempleado: además de enseñar en la universidad, lo hacen en institutos, academias, ejercen el periodismo o trabajan «cachueleando» donde se pueda. ¿Y tiempo para leer? That is the question. En el mejor de los casos al caer la noche, apenas un par de horitas antes de dormir; en el peor, durante los tediosos -y peligrosos- viajes en combi. La investigación literaria está siempre en manos de los más osados que, además de pluriempleados, estudian un doctorado o maestría en la mismísima patria tierra.

Por supuesto hay muchos que han salido del país con becas, pero los que permanecen aquí deben esforzarse el triple por mantenerse al día en los avances de la disciplina, que son múltiples en estos últimos años. Pero, ¿vale la pena mantenerse puro?, ¿será alguna vez posible dedicarse a un empleo, además de la universidad, vinculado íntimamente con lo que apasiona a un literato: leer ficción?

Antonio Cornejo Polar, destacado crítico literario y catedrático en la Universidad de Berkeley, plantea una salida viable y digna, relacionada también con la empresa privada: «Se debería de tomar en cuenta todo lo referente a la cultura escrita: cursos, talleres, programas para formar gente vinculada a la producción del libro: desde correctores de estilo hasta directores literarios de editoriales, todo el mundo del libro podría ser un campo de aplicación. Lo mismo podría pensarse del periodismo cultural. En general, pienso que debería de haber una apertura a lo que podríamos llamar la cultura de la letra».

Pero mientras la cultura de la letra, las editoriales y la producción de libros sea restringida, la sociedad sigue reclamando de los humanistas una pragmática efectiva vinculada a una función específica en el mercado. Esta exigencia no tiene sentido y a pesar de que la ponen sobre el tapete ahora los neoliberales, como señala Cornejo Polar, ha sido resuelta hace siglos aceptando que no todos tenemos que ser absolutamente funcionales respecto a la sociedad. «Estudiar humanidades -señala Cornejo- es igual que estudiar matemática pura o física teórica; no todo tiene que tener una función que uno pueda medir en soles. Las letras y las ciencias sociales son aptitudes humanas, que funcionan como necesidades para la gente, y que se cubren a través de conocimientos que aparentemente son inútiles pero sin los cuales la humanidad no sería tal».

1 comentario:

Grupo interdisciplinario dijo...

En el día del Sociólogo, es una interesante visión de la realidad a la que se enfrentan tanto los científicos sociales, como los historiadores, escritores y todos aquellos que se dedican a las Humanidades.
Anibal Chacón.